Monday, May 03, 2010

Cacería

Domingo en la madrugada, salió de su casa en la ciudad y manejó algunos kilómetros hasta llegar a las afueras del bosque. El día anterior se había dado por inaugurada la temporada de casa y decidió ser de los primeros en salir a practicar su deporte favorito. Afortunadamente ese bosque no era muy concurrido, la mayoría de los cazadores busca grandes animales con los cuales medir su fuerza como osos y venados, y este bosque era vivienda solamente de pequeños animales.

Bajó del coche y desempacó. Llevaba todo lo que podía necesitar, incluso un libro por si se aburría o los animales decidían no aparecer.

Se adentró en el bosque disfrutando del paisaje, las aves lo miraban con curiosidad y después lo ignoraban y seguían con su canto matutino. El sol comenzaba a bañar las copas de los árboles y la luz que despedía se veía reflejada en el rocío de la mañana. A su alrededor se oía el movimiento de los arbustos provocados por la fauna del lugar.

Después de caminar un poco decidió que ese era el lugar donde esperaría a su presa. Se agachó y preparó su rifle, esperó varios minutos en esa posición a que los animales se acostumbraran a su presencia y salienran de sus escondites. Mientras esperaba notó la sensación que lo invadía, esa adrenalina previa al primer disparo que inunda el cuerpo. Es curioso que a pesar que no es una situación de vida o muerte el cuerpo se ponga en ese estado de alerta.

Por fin empezó a escuchar más movimiento, una ardilla subiendo por el tronco de un árbol, un topo cavando un agujero a pocos metros de él. Y de pronto vio a su presa, solamente alcanzaba a ver una parte de su cuerpo pero sabía lo que era. A pocos metros frente a él, al lado de un arbusto que tenía a 25 grados de su posición se veía el cuerpo de un conejo blanco que buscaba que comer. Apuntó con el rifle hacia su presa notando el leve temblor en su mano. Cerró un ojo para afinar su puntería y disparó. El ruido del disparo ahuyentó a los pájaros que se encontraban en los árboles y se escuchó su aleteo. El tiro fue certero y el conejo cayó de lado.

Se levantó y se acercó a su presa. La adrenalina se empezaba a esfumar y una sensación de triunfo lo invadió. Conforme se acercó notó algo extraño en el conejo. Era blanco como la nieve pero algo extraño había en él. Cuando estuvo a su lado se quedó sorprendido con lo que veía. El cuerpo y la cabeza eran completamente normales, pero el conejo tenía unas enormes orejas rosas. Es normal que la parte interna de las orejas de un conejo sean rosas, pero en este caso la parte exterior era también rosa, de la misma textura suave del resto del cuerpo.

Lo levantó y lo examinó con detenimiento. Tocó sus orejas para asegurarse que eran parte del conejo y no la travesura de algún niño que había tenido al animal de mascota y antes de dejarlo libre le puso algo para reconocerlo. En efecto, eran unas grandes orejas rosas y suaves como algodón.

Regresó al carro con la presa entre brazos. La acomodó sobre una manta en la cajuela del coche y partió hacia su casa. En el camino le cruzaron muchas ideas por la mente, desde el origen del animal hasta la posible notoriedad que obtendría si descubría una nueva especia.

Ensimismado en sus pensamientos el camino de regreso le pareció realmente corto. Bajó al conejo y entró a su casa. Ninguna de las ideas que lo asaltaron le pareció la adecuada.

Se sentó en la sala a pensar y así estuvo por mucho tiempo, hasta que el su estómago le recordó que no había comido nada. Se levantó a la cocina a buscar algo para comer.

De pronto quedó muy claro y todas las demás ideas fueron desechadas. Y esa tarde comío el mejor conejo asado que había probado en su vida.

(Cuento Inédito, Mayo 2010)






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