Wednesday, September 06, 2006

Máscaras (III)

La máscara que puso en mis manos era realmente simple, una máscara de cerámica blanca, que mostraba un rostro casi inexpresivo. Un rostro un poco triste por la orientación que tenía su boca y por el vacío que había en sus ojos. Lo que más llamaba la atención era un resquebrajamiento en la mejilla izquierda, al parecer rellenado con alguna especie de pegamento o algo así que lo disimulaba un poco pero no lo cubría completamente.

La acerqué a mi rostro y cerré los ojos...

Era de noche y la luz de las estrellas bañaba el pequeño pueblo. Por las estrechas calles no caminaba nadie, solamente de vez en cuando se veía algún perro callejero urgando buscando comida. Se escuchaban risas y gritos que venían de una casa. Conforme me acercaba se comenzaban a distinguir algunas conversaciones y un poco de música. Llegué a las puertas abiertas de la casa y entré lentamente, algunas cabezas se voltearon a mirarme y lanzaron una sonrisa.

Había varias mesas distribuídas por lo que parecía ser la sala de la casa. Todas las sillas estaban llenas y había algunas personas de pie cerca de una barra improvisada. Al centro de la sala se levantaba una tarima con unos postes y unas sábanas amarradas simulando un escenario con su telón. Abrí un poco las sábanas y entré para encontrarme con mis amigos. Los nervios empezaron a invadirme, siempre que pisaba el escenario me pasaba lo mismo, tanto cuando lo pisaba para un ensayo como cuando era la presentación de la obra.

Me saludaron efusivamente y me pidieron que me preparara porque estábamos a punto de empezar. Me puse la gabardina y la máscara y las sábanas se corrieron para abrirnos al público que comenzó a aplaudir. Di un rápido vistazo entre las personas que se encontraban y pude ver a varios desconocidos, a varios conocidos y localicé a mi padre en una mesa cercana a la barra, con él se encontraba mi hijo de 9 años que no dejaba de aplaudir con toda la fuerza que podía. Era la primera vez que le permitíamos ir a una de nuestras obras. El cigarro, el alcohol y el juego no son buenos ejemplos para un niño tan pequeño, pero desde que nos vió ensayar rogó y rogó que a esta obra si lo dejáramos asistir hasta que logró convencernos, no sin antes prometer que se portaría bien y que iba a estudiar más y todas esas promesas que a veces olvidamos primero los padres que los hijos.

Comenzó la obra, una comedia trágica sobre un hombre perdidamente enamorado de una mujer que no le correspondía, y el vagaba por el mundo buscando la forma de que su amor fuera correspondido.

Terminó el primer acto con una gran cantidad de aplausos. Los vasos de alcohol se iban vaciando y llenando con rapidez. Me acerqué a mi hijo para preguntarle que tal le estaba pareciendo y el brillo de sus ojos me dijo cuanto lo estaba disfrutando. Subí nuevamente al escenario para el segundo acto.

Terminó el segundo acto y minutos después comenzó el acto final. En el momento en que mi personaje llegaba con su amada con un ramo de flores y empezaba a leerle el poema que le derretiría el corazón comenzó una bronca en la mesa que estaba al fondo del lugar. Unos vasos volaron por aquí y otros vasos por allá. Se levantaron los dos malencarados que estaban en esa mesa y comenzaron a darse puñetazos y patadas, tumbando las mesas y sillas que se atravesaban en su camino. El andar errático los acercó a la mesa donde estaba mi hijo y a partir de ahí todo ocurrió lentamente.

Mi papá levantó a mi hijo y lo acercó a su cuerpo. Yo solté las rosas y el poema y brinqué del escenario. Uno de los forajidos sacaba un cuchillo y lo levantaba contra el otro tipo. Tropecé con una silla y caí golpeándome el rostro fuertemente con la esquina de una mesa. No importó el dolor porque ví cuando el cuchillo era esquivado por el forajido y se encajaba en la espalda de mi hijo. Todo se quedó en silencio, me acerqué con rapidez y abracé a mi hijo con todas mis fuerzas, sentí la sangre correr por mis manos y ví su boca esbozando una sonrisa mientras decía que le había gustado mucho la obra, aunque no había entendido el final.

Me quité la máscara y le dí un beso en la frente y un beso en sus mejillas. Sentí como su cuerpo se hacía más pesado y vi sus ojos perdiendo su brillo mientras se cerraban lentamente...

El viejito me sacudió y me tendió un pañuelo. Sentí un dolor en la garganta como cuando se ha llorado por mucho tiempo y me di cuenta que realmente había estado llorando. Me sequé las lágrimas y me soné la nariz mientras el viejo tomaba la máscara de mis manos y contemplaba el resquebrajamiento de la mejilla, ese resquebrajamiento creado por la esquina de una mesa.

Continuará...

(Cuento inédito, Septiembre 2006)

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