Sunday, December 31, 2006

Fin

Todo mundo estaba contento, felicitándose unos a otros, deseándose lo mejor y que todos sus deseos se hicieran realidad, deseando salud, dinero, felicidad, amor y todas esas cosas que uno le desea al otro esperando que al desearlas para alguien más se cumplan para uno mismo.

El sol ya se había ocultado dando paso a una noche fría y estrellada. Todo era felicidad alrededor de él. Pero él no era feliz.

Tomó el cuchillo con su mano derecha e hizo un corte vertical en su muñeca. Sabía que si alguien notaba su ausencia ese simple corte no era suficiente para que ya no pudieran hacer nada para salvarlo, así que realizó un corte horizontal. La sangre empezó a brotar con fuerza y comenzó a sentir un ligero mareo. Se cambió el cuchillo a la mano izquierda y con mucho trabajo realizó el corte vertical y con mucho más trabajo realizó el corte horizontal. La sangre comenzó a manchar el piso y a correr buscando su cauce como lo hacen los pequeños riachuelos.

El mareo se convirtió en vértigo y su vista comenzó a nublarse. Veía pequeños brillos en la periferia que indicaban que estaba a punto de desmayarse. La sensación de vómito se hizo más y más fuerte. La sangre formaba ya un gran charco y corría por las uniones de los azulejos del piso.
Una campanada, gritos de alegría se escucharon por doquier. Todos empezaron a atragantarse con las uvas pidiendo ser ricos el próximo año, ser flacos, tener mucho amor, y tantas banalidades que desea uno cada año y terminan por no ser realidad para que podamos desearlas al año siguiente.

Dos, tres, cuatro, cinco campanadas. Para ese momento la sangre que se encontraba en el piso ya era más que la que recorría su cuerpo tratando de mantenerlo con vida.

Seis, siete, ocho campanadas. Con la poca fuerza que le quedaba pensó en lo que había sido su vida y una lágrima recorrió su mejilla.

Nueve, diez, once campanadas. Una última exhalación y su cuerpo sin vida cayó de lado.

Doce campanadas. Del charco de sangre comenzó a formarse una célula, se dividió en dos, después en cuatro, después en ocho y así sucesivamente hasta formar un embrión, que rápidamente fue creciendo hasta ser un bebé y casi inmediatamente creció hasta ser un joven. Miró a su lado el cuerpo sin vida, secó la lágrima de la mejilla inerte y una lágrima recorrió su mejilla al entender quien era y cual sería su destino al pasar los siguientes 365 días.


(Cuento inédito, Diciembre 2006)