Monday, October 30, 2006

Efecto invernadero

Ya era invierno, pero aún así sentía mucho calor. Acababa de terminar el tiempo de lluvias que había estado bastante fuerte, con muchos días y noches con lluvia, fuertes vientos y truenos que lo despertaban en las noches.

Salió de su casa lentamente, aletargado por el calor que sentía. Miró al cielo y observó que el sol lucía distinto, se veía un poco borroso y difuso. Creyó que podía ser una ilusión producida por los vapores que salían de la poca humedad que había en el suelo. Fue a buscar su comida y regresó lo más pronto que pudo para no estar mucho tiempo bajo los rayos de ese cruel sol.

Durmió parte de la tarde y toda la noche, el calor lo tenía demasiado adormilado.

Salió de nuevo al día siguiente y miró al cielo. El sol continuaba viéndose distinto. El calor era todavía más fuerte que el día anterior. Así pasaron varios días, cada día el calor era peor que el día anterios. Perdía fuerza y no era el mismo de antes. Hasta que un día, el calor fue tan insoportable que murió deshidratado.

Llegué temprano ese día y decidí limpiar un poco el patio. Hacía bastante calor a pesar de que el invierno ya tenía varios días de haber empezado, seguramente era por culpa del domo que pusieron en el patio, que no dejaba que el aire circulara correctamente y se juntaban los vapores de la humedad y provocaban ese calor insoportable. Decidí dejar la limpieza del patio para otro día en que el calor fuera menor. Me di la vuelta y se escuchó un tronido bajo mi pie, me agaché para ver que era y me encontré el caparazón de un caracol.

(Cuento inédito, Octubre 2006)

Friday, October 27, 2006

Rosa

Llegó a su casa con ánimos de leer algo diferente. Se dirigió al estudio, y se puso a revisar los libros que tenía por leer. Pasaba su mirada rápidamente por el lomo de cada libro y cuando leía algo interesante se detenía un poco en ese libro para observar algún detalle que despertara su interés. No encontró nada que le llamara la atención así que decidió pasarse al otro librero, donde se encontraban los libros que ya había leído. Quizá alguno de esos libros le diría algo, como ocurre con los viejos amigos después de mucho tiempo sin verse.

Dibujó una sonrisa en su rostro. Ya había encontrado que leer. Ya un viejo amigo le había dicho que ahí estaba, para platicar con él y recordar juntos sus andanzas. Tomó el libro, vio la tapa y volvió a sonreír. Se sentó en el sofá, leyó la parte de atrás del libro, lo volteó y lo abrió. Al dar la vuelta de la tapa el olor a libro viejo invadió la habitación. Ese delicioso aroma que no toda la gente puede disfrutar pero que él realmente gozaba.

Comenzó a leer y a transportarse de regreso a ese mundo que ya había visitado anteriormente. Fue pasando las páginas, recordaba algunas cosas del relato, otras más ya las había olvidado, y otras tantas lo volvían a sorprender a pesar de ya saberlas.

Así pasó algunas horas, hasta que, cerca de la mitad del libro, algo cayó al suelo. El ligero sonido que hizo el objeto al caer lo trajo de regreso al mundo real. Se agachó a recogerlo, lo tomó con el dedo índice y pulgar y lo observó.

Era una rosa seca, la había guardado en el libro hacía mucho tiempo. No podía recordar exactamente cuando y no recordaba muchos detalles de por qué lo había hecho. Se puso a observarla y algunos recuerdos pasaban rápidamente por su cabeza, sintió alegría y tristeza al recordar.

Una rosa seca, como estaba su corazón después de tanto tiempo. Una rosa seca, como el campo donde había plantado sus sueños que nunca florecieron. Una rosa seca.

Decidió que era tiempo de dormir, dejó el libro a un lado, tomó la rosa y la puso en un vaso que tenía en su buró.

El sol entró por su ventana y le acarició la cara. Abrió los ojos y se levantó lentamente. Se estiró y miró el reloj de su buró. La rosa seca que había puesto la noche anterior ya no era una rosa marchita, había florecido después de tanto tiempo guardada en el viejo libro. La acercó a sí y aspiró profundamente el aroma que despedía. Una semilla de esperanza entró en su corazón esperando florecer.

Y sonó el despertador.

(Cuento inédito, Octubre 2006)

Monday, October 23, 2006

Vida

El monitor mostraba actividad, la vida no se había extinguido por completo en su corazón. Se escuchaba un ligero latido y un bip bip del monitor cardiaco. Los doctores llegaron apresurados. Por fin tenían el corazón que habían estado esperando. Un joven había sufrido un accidente automovilístico y llegó al hospital a punto de morir.

Llegó el enfermero de la habitación contigua, con una hielera roja con blanco y varias bolsas de sangre. Los doctores desconectaron el monitor cardiaco y abrieron su pecho cuidadosamente. Sacaron el corazón marchito y moribundo y pudieron observar el último latido. Sacaron el corazón del joven de la hielera y lo pusieron en la cavidad en la que segundos antes estaba el otro corazón. El corazón empezó a latir con fuerza en el cuerpo cansado. Cerraron el pecho y conectaron nuevamente el monitor cardiaco.

60 latidos por minuto, 80 latidos por minuto, 100 latidos por minuto, 120 latidos por minuto, 140 latidos por minuto. Un silencio prolongado y un bip continuo.

Los doctores se miraron unos a otros. No se explicaban que había pasado, era un corazón sano, del mismo tipo sanguíneo que el receptor. Todo debió haber funcionado correctamente.

El jefe de doctores dictaminó:

- Hora de muerte, 22:30.

La autopsia reveló que el cuerpo del receptor había rechazado el corazón del donante sin causa aparente. Clínicamente no había ninguna razón para ese rechazo, pero el cuerpo no entiende de cosas clínicas. Dejó de sentir el dolor del otro corazón, dejó de percibir las heridas que le habían causado a ese corazón marchito, dejó de sufrir los años de llantos y desamores, así que decidió, después de tanto sentir, que al dejar de sentir, había muerto.

(Cuento inédito, Octubre 2006)

Thursday, October 12, 2006

Inspiración

Se sentó en el escritorio, quitó la funda de la máquina de escribir, acomodó una hoja tamaño oficio y se puso a pensar en el poema que iba a escribir. Evocó bellos momentos de su vida para poder inspirarse y escribió como título:

"A Ella"

En su mente iba formando los versos y las estrofas, sumando sílaba por sílaba y restando los diptongos. Iba a ser un poema con versos de 16 sílabas, con rimas asonantes en los versos nones y rimas consonantes en los versos pares. Una vez que tuvo todo el poema en su mente comenzó a escribirlo.

Tac, tac, tac... sonaba la máquina de escribir. Tenía los ojos cerrados para no dejar escapar ninguna rima ni ningún acento del poema que había creado mentalmente.

Tac, tac, tac, una estrofa, otra mas.

Tac, tac, tac. Cinco estrofas en total.

Abrió los ojos para revisar el poema casi perfecto que había creado, ese poema que iba a provocar admiración, amor, llanto y muchas sensaciones más en aquel que lo leyera.

"A Ella

Tú que a mi lado siempre estás, radiante, frágil y bella
tú que apa s f a o"

Abrió todavía más los ojos, solamente estaba el título, el primer verso y una pequeña parte del segundo verso. Se dio cuenta que la cinta de la máquina de escribir se había zafado y que del bello poema que había creado no quedaba casi nada. Y menos en el momento que trató de recordarlo y se dio cuenta que la inspiración lo había abandonado.

(Cuento inédito, Octubre 2006)

Monday, October 09, 2006

Acechando

Dejó sus maletas en el piso de la cochera. Hurgó en sus bolsillos hasta encontrar las escurridizas llaves de la puerta principal. Por lo general sabía en que bolsa se encontraban y segundos después escuchaba su tintineo, pero esta vez estaba nervioso y su cuerpo y su mente no respondían igual que siempre.

A diferencia de las otras veces batalló para encontrar la llave correcta, y por si fuera poco, también batalló para hacerla entrar en el ojo de la cerradura. Su corazón latía a gran velocidad y podía percibir la fuerza de su pulso con un temblor en su cuello con cada latido.

La noche era oscura, era una noche de luna llena pero estaba oculta detrás de nubes de tormenta. Recordó el lejano día que hizo sus maletas y se fue. Era un día soleado, las flores y el césped despedían un delicioso aroma gracias al rocío de la mañana. Tenía que irse por algunas semanas. Parecía que una fuerza divina organizó todo para que tuviera que partir. El miedo a lo que acechaba en su casa empezaba a hacerse más y más fuerte, por lo que fue un alivio saber que tenía que alejarse por algún tiempo. Tenía la esperanza de no encontrar nada a su regreso, pero ahora sabía que eso solamente era una falsa esperanza.

Abrió lentamente la puerta, parecía imposible que su corazón latiera más aprisa pero aún así comenzó a hacerlo. Escuchó que algo se escondía cuando encendió la puerta del corredor. Regresó a la cochera por las maletas y entró lentamente. Un olor a encerrado le entró de lleno por las fosas nasales y le provocó una sensación de naúseas. Caminó 5 pasos arrastrando las maletas con los pies y encendió la luz de la sala. De nuevo escuchó un ruido como de algo corriendo o arrastrándose, tratando de ser sigiloso para que no se pudiera saber en que parte de la casa se encontraba pero sin ser lo suficientemente sigiloso como para que no se percibiera su presencia. Era una especie de juego para hacerle ver que hiciera lo que hiciera seguiría ahí, acechando, esperando el momento justo para atacar.

Dejó las maletas junto a uno de los sillones. Se sentó unos minutos para tratar de calmar su corazón y que la lucidez regresara a su mente, pero lo único que podía sentir era miedo. Trató de respirar profundamente, llenar sus pulmones de aire fresco, aunque lo que llenaba sus pulmones no se acercaba ni remotamente a considerarse aire fresco.

Se armó de valor y se levantó rápidamente, fue de cuarto en cuarto a encender todas las luces esperando en todo momento ser atacado. En ninguna de las habitaciones pudo ver algo que le amenazara, pero sabía que ahí estaba, sentía su presencia en todo momento. Desempacó las cosas poco a poco y se dirigió a la cocina a tomar un sorbo de agua. Empezó a sentir el cansancio invadiéndolo. El viaje fue largo, y el rápido latir de su corazón y el miedo recorriéndolo aumentaron esa sensación de cansancio.

Regresó a su cuarto, se desvistió lentamente y se puso su ropa para dormir. Sentía la necesidad urgente de cerrar los ojos y dejarse llevar a los rincones del sueño reparador, pero tenía miedo de que lo que lo estuvo esperando todo este tiempo aprovechara su descuido para atacarlo. Se acostó y encendió la luz del buró. Sacó el libro que había empezado en el camino de regreso. Trató de leer un poco, de hacerse pasar por el personaje principal y buscar la forma de evadir a los que lo perseguían por el secreto que llevaba consigo, sentir los labios de la heroína y saborear su cuerpo escultural que siempre tienen las mujeres en los libros de intriga. Pero no lo logró, cuando imaginaba la persecución por el centro de la ciudad no podía voltear atrás porque sabía que lo que vería lo asustaría más que unos asesinos con armas de última generación. Cuando se imaginaba haciéndole el amor a la bella mujer sentía como algo le caminaba por la espalda con cada embestida que daba.

Dejó el libro en el buró y perdió su mirada en el techo de su habitación. Se puso a recordar todos los detalles de su viaje desde su partida, la ropa que empacó y en que orden lo hizo, la cantidad de veces que hizo una lista mental de lo que llevaba para asegurarse que no le faltaba nada, las llamadas con las que avisó a amigos y familiares el tiempo que estaría fuera, etc. Pero aún haciendo esto no logró tranquilizarse, cada vez que pestañeaba escuchaba ruidos que ya no podía saber si eran producto de su imaginación, del cansancio o de lo que sea que se encontraba en su casa.

Una semana antes de su partida vió una pequeña sombra correr entre la habitación principal y el cuarto de la televisión. Desde ese día supo que algo extraño compartía la casa con él. Trató de darle forma de algo conocido a esa sombra pero por más esfuerzos que hizo no lo logró. Era demasiado grande para ser una araña, una cucharacha o un insecto de ese tipo. Era más grande que un pequeño ratón como los que alguna vez tuvo de mascotas pero la cola que tenía parecía más de un insecto que de un mamífero. Era casi tan grande como una rata, pero la sombra que vió tenía más de cuatro patas, y no se movía como una rata o algún animal de ese tipo.

Trató de olvidarse de eso y siguió pensando en las personas que conoció en su viaje, en el trabajo que realizó estando allá, en la deliciosa comida de los restaurantes a los que fue, en todo lo que hizo y vio en ese tiempo. Pero los ruidos lo regresaban a su presente y a lo que aguardaba un ligero descuido para abalanzarse contra él.

Los minutos transcurrieron lentamente, volteó a ver el reloj y se dió cuenta que apenas había pasado una hora y media de que abordó el taxi del aeropuerto a su casa. Tomando en cuenta la distancia que recorrió el taxi y el poco tráfico que se encontraron calculó que no tenía más de 60 minutos que había llegado a su casa, lo que le indicaba que tenía alrededor de 30 minutos acostado, de los cuales 10 habían sido de lectura y el resto los había utilizado en estar pensando.

Faltaban todavía algunas horas para el amanecer y el cansancio era cada vez mayor. Cerró los ojos unos segundos pero el ruido que escuchó en la habitación contigua lo obligó a abrirlos nuevamente. Notó nuevamente el miedo en su cuerpo, no es que minutos antes lo hubiera abandonado, sino más bien que se había acostumbrado a él como se acostumbra uno al ruido del refrigerador o cualquier sonido monótono y solamente lo notas cuando careces de él o aumenta.

Volteó a ver nuevamente el reloj, solamente 2 minutos se habían sumado a la cuenta de los minutos que llevaba acostado. 2 minutos que se sintieron eternos. Cambió su postura en la cama, su cuerpo tenso reclamó el movimiento con un ligero dolor en la espalda. Con el movimiento quedó mirando al lado contrario de la entrada de la habitación. Escuchó moverse a su espalda aquello que esperaba pacientemente y cambió de posición inmediatamente al lado contrario sin importarle que su cuerpo reclamara con más fuerza.

Siguieron transcurriendo minutos que más bien parecían segundos. Cualquier pensamiento que cruzaba su mente para tranquilizarlo se veía espantado a la brevedad por un ligero sonido o por el movimiento de una sombra en algún lugar de la habitación.

El cansancio seguía en aumento, cada vez le costaba más trabajo mantener los ojos abiertos. Cambió de postura nuevamente quedando boca arriba. Las grietas del techo formaban extrañas y amenazadoras figuras. Seguían faltando algunas horas para el alba y seguía teniendo miedo de ser atacado por aquello que amenazaba tras las puertas.

Los minutos pasaban lentamente, el cansancio le estaba ganando la batalla. Los pestañeos cada vez duraban más tiempo, hasta que algo en su interior lo obligaba a reaccionar y a abrir los ojos. Todavía faltaban algunas horas para que el sol aliviara su miedo obligando a aquello que se movía en las sombras a desaparecer.

Siguió pensando en cosas triviales hasta que el sueño lo venció. Cerró los ojos unos minutos, su cerebro seguía alerta y escuchó el ruido de pequeñas patas trepando por la pared, pero su cuerpo no respondía a la orden de abrir los ojos y agarrar cualquier cosa que pudiera ser utilizada como arma. Una pantufla, el vaso de agua que siempre tenía en el buró o el libro que estuvo leyendo. Conforme se escuchaba el movimiento más cerca el miedo aumentaba. Sintió unas patas puntiagudas subir por su pierna derecha y llegar a su abdomen. Caminaron sobre su pecho y sintió una punzada en el corazón. Abrió los ojos y solamente vio una sombra encima de el, una sombra más grande que un ratón y más pequeña que una rata. No pudo distinguir nada mas. Nadie escuchó su grito de pavor. Nadie encontró nada que pudiera ayudar a esclarecer la causa de su muerte cuando algunos días después el olor a carne podrida empezó a inquietar a los vecinos. Nadie escuchó los pequeños pasos en la oscuridad. Nadie vio la sombra acechando en la esquina de la habitación, bajo el buró.

(Cuento inédito, Octubre 2006)